domingo, 13 de mayo de 2018

EL FONDO Y LAS CUESTIONES DE "FONDEO"


El acceso al fondo: ¿Una nueva etapa?-

Mucho se ha hablado en esta última semana de esta instancia financiera que implica acceder a un “stand by” con el Fondo Monetario Internacional en cifras que se estiman entre 25.000 y 30.000 millones de dólares.

Es evidente que la sociedad no hace lectura financiera de este evento, sino, solamente, histórica. El Fondo Monetario Internacional (FMI) representa en el imaginario colectivo, todo aquello que ha sido malo en nuestro querido país.

Y es cierto que en las escenas, parece existir correlación. En opinión de quien escribe, es una hipótesis como mínimo dudosa.

El Fondo “no viene”, al FMI “se va”. El FMI “no llama”, en realidad suele suceder que “se lo llame”.

Y se lo llama ante necesidades financieras como consecuencia de un ostensible desmanejo de las finanzas públicas. Decisiones irresponsables tomadas por el sector político, las cuales conllevan dispendio y mala aplicación de fondos públicos, con un impacto nulo e incluso negativo en el crecimiento económico de largo plazo, a la vez que colocan en el límite la sostenibilidad fiscal.

Sorprendentemente, pocos dan importancia a lo fiscal hasta que toma forma en las dificultades que se originan en el sector externo. Sí: los déficits fiscales impactan en la balanza de pagos finalmente.

El déficit fiscal como causa de los problemas en el sector externo.

Se compone de dos cuentas: la cuenta capital y la cuenta corriente. La primera se define el ingreso y salida de capitales (incluso por toma de deuda). La segunda se define por la entrada y salida de bienes y servicios, incluyendo entre ellas las más conocidas: exportaciones, importaciones, turismo receptivo, turismo exterior, fletes, servicios, y entre éstos, los financieros originados en intereses de deuda, dividendos y regalías.

Se ha dicho que el problema de Argentina es su cuenta corriente, negándose con ello que sea el déficit fiscal el “gen” de este “mal endémico”.

En mi opinión, no es así. La cuestión es que el déficit fiscal desde sus pautas de financiamiento (sea deuda, que es el caso más directo; sea por presión tributaria excesiva o por emisión monetaria y/o expansión crediticia artificial) afecta las condiciones del sector externo.

La dinámica sería la siguiente:

  •     En caso de ser financiado con deuda: el ingreso de esos capitales genera una apreciación del tipo de cambio, lo que encarece los productos y servicios locales respecto de los extranjeros. Es más barato importar que producir aquí. Las empresas exportadoras encuentran inconvenientes para colocar sus productos. Se hace barato salir de turismo al extranjero y se encarece vacacionar en el país, entre otras cuestiones que provocan “rojos” comerciales y de servicios que dificultan el sostenimiento de la cuenta corriente. Dinámica que además, suma la salida de divisas por el pago de intereses sobre dicha deuda. Entonces, entra un círculo en que es caro a producir en el país, se reduce la inversión directa externa, crece la inversión financiera externa en el país, especialmente en bonos y títulos de deuda (renta fija) pues en la medida en que haya financiamiento, esos “papeles” valen en el mercado secundario. Concluyendo entonces que solo queda endeudarse para “seguir”.
  •       En el caso de la presión tributaria, más allá de cierto nivel tolerable por parte de la actividad económica (a lo que debería sumarse el nivel de regulación y la ineficiencia burocrático, como cargas para-fiscales), al pretender cerrar el déficit a través de mayores impuestos juega un rol similar. Pues los costos de producción y servicios locales suben, lo que lleva a las administraciones políticas a “anclar” dichas subas en el dólar, a fin de evitar traslados inflacionarios de dichos costos. Un anclaje que, nuevamente, permite que se perciba abaratamiento de productos y servicios externos, respecto de los nacionales (producción, turismo, etc.), lo que comienza a generar ese camino negativo en el que se entra por un similar canal que el descripto en la segunda mitad del caso de financiamiento por deuda.
  •      Finalmente, también lo es en el caso que dicho déficit desee financiarse mediante la  emisión monetaria (impresión de billetes por el BCRA) o expansión crediticia artificial (préstamos de bancos públicos que representan una gran porción del mercado de servicios financieros a tasas subsidiadas implícita o explícitamente por el Estado. En estos casos, el exceso de dinero en la economía afecta los niveles de precios, acelerando los costos y, nuevamente: un encarecimiento de la producción. ¿Por qué?: porque, como sucede en el caso anterior, las administraciones buscan “anclase” contra la inflación a través de un tipo de cambio atrasado. Es decir, en términos, sencillos: “dólar barato”. Motivo por el cual, progresivamente se vuelve a entrar en el circuito mencionado en los casos precedentes de restricción externa.

Por supuesto: los gobiernos que han intentado las dos últimas modalidades de financiamiento mencionadas, morigerándolo simultáneamente y con notables fracasos, a través de la administración del comercio exterior. Esto es, por medio de ejemplos sencillos: decidiendo el Gobierno qué exportar, a qué precios, aplicar derechos de exportación crecientes, definir qué importar, obligar a ciertas formalidades previas para lograr autorizaciones para importar, impedir la remisión de utilidades a empresas que han invertido en el país, impedir que residentes argentinos inviertan en el extranjero, colocar desdoblamiento cambiario para ciertas actividades que generan drenaje de divisas, como lo es el “dólar turista”. O como se ha ensayado con notable fracaso en otros momentos fatídicos de nuestra desastrosa historia económica, un triple dólar: el financiero, el comercial y el turista. Incluso, en el comercial, a su vez, un dólar para el importador y un dólar para el exportador.

En todos los casos de aplicación de semejante heterodoxia “jauretchiana”, solo se ha logrado una maraña de burocracias que solo logra inhibir el comercio y la inversión productiva, destruyendo riqueza y por ende, ingresos de calidad para los argentinos.

Es que a la larga, “formularios más, formularios menos”, los productos que se producen en el país siguen siendo caros en relación a los extranjeros. Es “tirar la basura bajo la alfombra”.

Y visto, además, que ningún país produce todo lo que necesita para su propia estructura de producción (siempre habrá insumos y partes que requieran adquirirse en el extranjero) no solo se encarece el valor de lo que se produce excesivamente, sino que cae el nivel de producción e incluso, por aplicación de sustitutos imperfectos, cae la calidad de lo que se produce.

Todo esto último, condensado en esa “genialidad” llamada administración del comercio exterior, ha sido y es la gran mentira “morenista”, en alusión al Ex - Secretario Guillermo Moreno. Pero también es la gran “mentira” de una gran cantidad de economistas que sostuvieron y sostienen esa línea argumental so-pretexto de “defensa de la producción nacional”.

Los últimos patéticos antecedentes han sido el cepo, la percepción del impuesto a las ganancias como pago a cuenta de dicho tributo en gastos realizados en el extranjero, el atraso tarifario y las declaraciones juradas anticipadas de importación (DJAI).

Sin palabras.

El Déficit Fiscal: “la madre del borrego”.

Concluyendo, en opinión de quien suscribe esta entrada, que es el déficit el problema, volvamos a nuestra realidad de las últimas dos semanas no sin antes ir y venir un poco entre finales de 2015 y la actualidad. Pues “todo tiene que ver con todo”.

En diciembre de 2015 finalizaría lo que, en misma opinión, ha sido de las peores administraciones de política económica que se pudieran identificar en la historia del país. Particularmente desde finales de 2007. No me extenderé sobre este tema, excepto para decir que la herencia, a la que hoy ya parece tarde aludir, debió explicitarse con mayor claridad en momento oportuno: diciembre de 2015.

Pasado eso, de allí en más y de la mano del “gradualismo”, el actual Gobierno intentó un “plan” ordenado de reducción y reacomodamiento del desastre fiscal adjunto y la vez reducir la inflación. El plan intentado, nuevamente, en opinión de quien escribe, no parece diseñado para un país como Argentina habida cuenta de los antecedentes fiscales, monetarios y cambiarios que colman nuestra historia.

Sin embargo: esa ha sido la decisión política. Seguramente por razones, valga la redundancia: políticas. Mejor dicho: político-electorales o de consolidación del poder político, por parte del oficialismo, teniendo en cuenta que Argentina elige cada dos años y que si bien una de cada dos elecciones es meramente legislativa, es leída siempre como un plebiscito a lo actuado por el Poder Ejecutivo hasta esa fecha, afectando luego las decisiones que pueda tomar.

Sin embargo, en un marco de necesidad electoralista, el gradualismo parece ideal para coordinar las acciones económicas en un escenario de desorden general, con las acciones políticas para conservar ese electorado.

Pero ¿ordenar este país en el plano fiscal en cinco años? ¿Se analizó debidamente la factibilidad? Es dudosa su factibilidad, entre otras razones, porque somos tomadores de variables externas y porque nuestro Talón de Aquiles es el financiamiento. Cualquier “tasa” que mejore en el mundo, hará más atractivo ese lugar como destino de fondos que Argentina.

¿Entonces?.

Entonces el gradualismo siguió su camino, buscando reducir el déficit primario reduciendo los subsidios económicos en primer lugar a la vez que corrigiendo las tarifas de servicios públicos (electricidad, gas, transportes) lo que pegó en los precios y en los costos de producción. Pues el gradualismo también lo sería en el plano monetario. Es decir: si bien reduciendo las tasas de expansión monetaria, la cantidad de dinero seguiría creciendo.

Entonces: aumentos de costos al sector privado, una reforma tributaria “amarreta” en cuanto a carga tributaria, un empleo público estable (siendo una de las principales razones del desborde fiscal argentino) que solo dio lugar a "cambios de figuritas" (salen puestos “K”, entran puestos “M”), un ajuste monetario insuficiente por razones políticas.

Y ciertamente, siendo el gradualismo fiscal mucho más lento que el monetario, se colocó sobre la política monetaria gran parte del esfuerzo anti-inflacionario. El BCRA a su vez habría buscado guiarse por aplicación de “objetivos de inflación”. Sin embargo, no se le permitió actuar con plena independencia. El sector político, seguramente sometido a presiones, obligó a “tres” abortos del proceso des-inflacionario: tercer trimestre de 2016, segundo trimestre de 2017 y último trimestre de 2017 (incluyendo el famoso 28D).

En los tres casos, reduciendo la tasa, en medio de un proceso que siempre requiere más tiempo que el que los políticos desean esperar. La política monetaria tiene “lags” de entre 12 y 18 meses para observar sus efectos con cierta plenitud. Interrumpirla es obligar a reiniciar, extendiendo su proceso de finalización. Pero además: interrumpirla es afectar seriamente las señales enviadas a los agentes económicos.

A esa mezcla de señales se agregó un error puntual, de orden tributario, que afectó la renta neta esperada respecto de las tasas que referenciaban el atractivo de los títulos ofrecidos por el BCRA y por ende la fuerza del mecanismo de absorción de “pesos”.

Y un punto que hasta aquí he obviado ex – profeso: el aumento de las tasas de rendimientos de los Bonos del Tesoro de EE.UU. que provocó una dolarización generalizada de carteras afectando con salidas de fondos de todos los emergentes, generando en ellos cierta depreciación (devaluación) de sus monedas. Brasil, Rusia, México, Turquía y hasta el Euro, sintieron el efecto, entre tantas otras monedas. Sin embargo: fue Argentina el país que más lo sintió. ¿Por qué? Porque su perfil fiscal, generador de las grandes restricciones del sector externo, sigue débil.

El punto es que el Gobierno ha decidido fijar pautas de mejora del déficit fiscal desde el control del “déficit primario”. Su plan de reducción siempre ha sido explicitado respecto ese “sub-déficit”. Pero lo cierto es que el déficit fiscal también se compone de los intereses de deuda. Es decir: los ingresos fiscales deben cubrir todos los gastos, los de funcionamiento del Estado, los de seguridad social y también el costo financiero de obtener recursos cuando los ingresos genuinos no alcanzan. O dicho de otro modo: los gastos son excesivos e inalcanzables, en normalidad, por los ingresos fiscales. Ratificado esto por la bestial presión tributaria ya existente.

Y sin embargo, ha debido financiarse caro en relación a otros países de la región y los intereses a solventar han adquirido niveles importantes en relación al presupuesto y los ingresos corrientes.

Entonces: el país obtiene financiamiento del extranjero, porque el oficialismo “quiere avanzar gradualmente” en la solución del desmadre de gasto público heredado, propio del desastre económico del kirchnerismo. Así basa sus metas fiscales en términos de déficit primario. Y allí es donde falla. 

Pues más allá de las reglas de exposición de las cuentas fiscales, las cuales deben respetarse a los fines de toma de decisiones generalizada por los terceros interesados en el devenir del país; si el gradualismo es un “método” de este proceso de ordenamiento, el costo de haber asumido ese “ritmo”, debe ser contemplado dentro de dichas metas. Y la mejor forma de hacerlo es contemplando los intereses que son el costo del dinero tomado en deuda para evitar ajuste más fuerte.

En consecuencia el déficit que debe monitorearse y respecto del cual deben definirse metas, es el déficit fiscal total. O sea: el primario más los intereses.


Y se llega a la necesidad del FMI: ¿Cabe un “Lagarde go home”?

Cambia el escenario internacional, se corrigen los tipos de cambios de los países, todo consecuencia de la aspiradora de fondos que resultan ser los Bonos del Tesoro Norteamericano.

Las tasas de EEUU suben y lo hacen igualmente los indicadores de “riesgos país”. Particularmente de los que exhiben mayor debilidad. Especialmente de cara al financiamiento, con el correlativo impacto, ya mencionado, en el sector externo. El tipo de cambio entra en el ojo de la tormenta y todos ven como, en ese escenario, el valor del dólar (principal divisa de referencia para el sector externo) luce “barato”.

Pero si luce “barato” entonces, es atractivo para su compra. De manera que todos comienzan a desarmar sus posiciones en activos financieros en pesos y se pasan a dólares. En el caso de los tenedores extranjeros, de activos financieros locales en pesos, sobrecargados por el impacto del impuesto a las ganancias sobre la renta financiera.

Un cocktail poco ideal. En el medio, respuestas poco claras: si aumentar la tasa, si “gastar” reservas, si dejar flotar, etc. Pero algo que es inevitable: se esmerila fuertemente la imagen y credibilidad del Gobierno y de su equipo económico. Éste, a su vez, ya afectado por aquel mencionado 28D.

Hasta que, de repente, el área dedicada a financiamiento "saltó" y dijo: "señores, necesitaremos financiamiento algo este año y mucho el que viene, además que este inconveniente ya impactará negativamente en la tasa de crecimiento y en el logro de las metas desde el lado de la recaudación".

Y continuó: "...salir a buscar fondos será muy caro y hará inalcanzable cualquier consolidación fiscal. Amén del eventual riesgo de un nuevo default, por lo potencialmente insostenible de la carga de intereses y servicios de deuda..."

Y Mauricio preguntó: ¿y ahora “Toto”?. Y “Toto” contestó: “…y…ahora, no nos queda otra que golpear la “puerta prohibida”.

¿Prohibida por qué? Por el imaginario colectivo y su impacto en la imagen del presidente y su intención de reelección.

Nadie se negaría a acceder a un financiamiento mejor a la mitad del que costaría acceder en mercados voluntarios de deuda. Excepto que se trate de Argentina, con su “ombliguismo” histórico y su nacionalismo “de café”.

¿El FMI exigirá condiciones? Respondo con una pregunta: ¿Por qué no? Está poniendo a disposición una cantidad de dinero suficiente para despejar las dudas  respecto de la capacidad de financiamiento y sus costos en períodos subsiguientes. Y lo hace a una tasa preferencial.

Algunos, sin embargo, dicen que partes de las condiciones que podría requerir ya han sido avanzadas por cuenta propia por parte del actual Gobiernoe y, además, que el FMI hoy es más consciente de la factibilidad política y social de ciertas exigencias.

Habrá que ver. Lo cierto que a esta necesidad se llega por responsabilidad propia. Y quienes además, se muestran en contra por prejuicios de “comportamiento antisocial” de dicho organismo internacional, deberían pensar lo descomunalmente antisocial que podría ser una corrida cambiaria por exclusión de fondeo en mercado voluntario; o porque los intereses de mayor magnitud provocaran una suspensión de actividades del Estado que tanto “adoran”.

Una corrida o una reducción sustancial de partidas del gasto público, hecha desordenadamente y en el apuro de “los tiempos que no dan para más”, son socialmente mucho más dolorosas que cualquier pauta que pueda imponer este organismo.

Vuelvo a decir: habrá que ver. Si tomamos como premisa el gradualismo y sabiendo que en el peor de los casos, se le exigirá cierta aceleración: financiarme al 3% o 4% es claramente una “ganga” comparado con el entre 10% y 12% de este nuevo escenario de tasas internacionales y primas de riesgo.

Conclusión: no, no cabe un Lagarde “go home”. Todo lo contrario: tal vez sea la única forma de poner en caja el desquicio fiscal argentino de una vez por todas, en escenario de gradualismo.

Y antes de finalizar, respecto de lo anterior mencionado, aclaro que yo que siempre he sido partidario de un shock planificado, allá por diciembre de 2015.

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