El acceso al fondo: ¿Una nueva
etapa?-
Mucho
se ha hablado en esta última semana de esta instancia financiera que implica
acceder a un “stand by” con el Fondo Monetario Internacional en cifras que se
estiman entre 25.000 y 30.000 millones de dólares.
Es
evidente que la sociedad no hace lectura financiera de este evento, sino,
solamente, histórica. El Fondo Monetario Internacional (FMI) representa en el
imaginario colectivo, todo aquello que ha sido malo en nuestro querido país.
Y
es cierto que en las escenas, parece existir correlación. En opinión de quien
escribe, es una hipótesis como mínimo dudosa.
El
Fondo “no viene”, al FMI “se va”. El FMI “no llama”, en realidad suele suceder
que “se lo llame”.
Y
se lo llama ante necesidades financieras como consecuencia de un ostensible
desmanejo de las finanzas públicas. Decisiones irresponsables tomadas por el
sector político, las cuales conllevan dispendio y mala aplicación de fondos
públicos, con un impacto nulo e incluso negativo en el crecimiento económico de
largo plazo, a la vez que colocan en el límite la sostenibilidad fiscal.
Sorprendentemente,
pocos dan importancia a lo fiscal hasta que toma forma en las dificultades que
se originan en el sector externo. Sí: los déficits fiscales impactan en la
balanza de pagos finalmente.
El déficit fiscal como causa de los
problemas en el sector externo.
Se
compone de dos cuentas: la cuenta capital y la cuenta corriente. La primera se define
el ingreso y salida de capitales (incluso por toma de deuda). La segunda se
define por la entrada y salida de bienes y servicios, incluyendo entre ellas
las más conocidas: exportaciones, importaciones, turismo receptivo, turismo
exterior, fletes, servicios, y entre éstos, los financieros originados en
intereses de deuda, dividendos y regalías.
Se
ha dicho que el problema de Argentina es su cuenta corriente, negándose con
ello que sea el déficit fiscal el “gen” de este “mal endémico”.
En
mi opinión, no es así. La cuestión es que el déficit fiscal desde sus
pautas de financiamiento (sea deuda, que es el caso más directo; sea por presión
tributaria excesiva o por emisión monetaria y/o expansión crediticia artificial)
afecta las condiciones del sector externo.
La
dinámica sería la siguiente:
- En caso de ser financiado con deuda: el ingreso de esos capitales genera una apreciación del tipo de cambio, lo que encarece los productos y servicios locales respecto de los extranjeros. Es más barato importar que producir aquí. Las empresas exportadoras encuentran inconvenientes para colocar sus productos. Se hace barato salir de turismo al extranjero y se encarece vacacionar en el país, entre otras cuestiones que provocan “rojos” comerciales y de servicios que dificultan el sostenimiento de la cuenta corriente. Dinámica que además, suma la salida de divisas por el pago de intereses sobre dicha deuda. Entonces, entra un círculo en que es caro a producir en el país, se reduce la inversión directa externa, crece la inversión financiera externa en el país, especialmente en bonos y títulos de deuda (renta fija) pues en la medida en que haya financiamiento, esos “papeles” valen en el mercado secundario. Concluyendo entonces que solo queda endeudarse para “seguir”.
- En el caso de la presión tributaria, más allá de cierto nivel tolerable por parte de la actividad económica (a lo que debería sumarse el nivel de regulación y la ineficiencia burocrático, como cargas para-fiscales), al pretender cerrar el déficit a través de mayores impuestos juega un rol similar. Pues los costos de producción y servicios locales suben, lo que lleva a las administraciones políticas a “anclar” dichas subas en el dólar, a fin de evitar traslados inflacionarios de dichos costos. Un anclaje que, nuevamente, permite que se perciba abaratamiento de productos y servicios externos, respecto de los nacionales (producción, turismo, etc.), lo que comienza a generar ese camino negativo en el que se entra por un similar canal que el descripto en la segunda mitad del caso de financiamiento por deuda.
- Finalmente, también lo es en el caso que dicho déficit desee financiarse mediante la emisión monetaria (impresión de billetes por el BCRA) o expansión crediticia artificial (préstamos de bancos públicos que representan una gran porción del mercado de servicios financieros a tasas subsidiadas implícita o explícitamente por el Estado. En estos casos, el exceso de dinero en la economía afecta los niveles de precios, acelerando los costos y, nuevamente: un encarecimiento de la producción. ¿Por qué?: porque, como sucede en el caso anterior, las administraciones buscan “anclase” contra la inflación a través de un tipo de cambio atrasado. Es decir, en términos, sencillos: “dólar barato”. Motivo por el cual, progresivamente se vuelve a entrar en el circuito mencionado en los casos precedentes de restricción externa.
Por
supuesto: los gobiernos que han intentado las dos últimas modalidades de
financiamiento mencionadas, morigerándolo simultáneamente y con notables
fracasos, a través de la administración del comercio exterior. Esto es, por medio de ejemplos sencillos: decidiendo el Gobierno qué exportar, a qué
precios, aplicar derechos de exportación crecientes, definir qué importar,
obligar a ciertas formalidades previas para lograr autorizaciones para
importar, impedir la remisión de utilidades a empresas que han invertido en el
país, impedir que residentes argentinos inviertan en el extranjero, colocar
desdoblamiento cambiario para ciertas actividades que generan drenaje de
divisas, como lo es el “dólar turista”. O como se ha ensayado con notable
fracaso en otros momentos fatídicos de nuestra desastrosa historia económica,
un triple dólar: el financiero, el comercial y el turista. Incluso, en el
comercial, a su vez, un dólar para el importador y un dólar para el exportador.
En
todos los casos de aplicación de semejante heterodoxia “jauretchiana”, solo se ha logrado una maraña de
burocracias que solo logra inhibir el comercio y la inversión productiva,
destruyendo riqueza y por ende, ingresos de calidad para los argentinos.
Es
que a la larga, “formularios más, formularios menos”, los productos que se
producen en el país siguen siendo caros en relación a los extranjeros. Es “tirar
la basura bajo la alfombra”.
Y
visto, además, que ningún país produce todo lo que necesita para su propia
estructura de producción (siempre habrá insumos y partes que requieran
adquirirse en el extranjero) no solo se encarece el valor de lo que se produce
excesivamente, sino que cae el nivel de producción e incluso, por aplicación de
sustitutos imperfectos, cae la calidad de lo que se produce.
Todo
esto último, condensado en esa “genialidad” llamada administración del comercio
exterior, ha sido y es la gran mentira “morenista”, en alusión al Ex - Secretario
Guillermo Moreno. Pero también es la gran “mentira” de una gran cantidad de
economistas que sostuvieron y sostienen esa línea argumental so-pretexto de “defensa
de la producción nacional”.
Los
últimos patéticos antecedentes han sido el cepo, la percepción del impuesto a
las ganancias como pago a cuenta de dicho tributo en gastos realizados en el
extranjero, el atraso tarifario y las declaraciones juradas anticipadas de
importación (DJAI).
Sin
palabras.
El Déficit Fiscal: “la madre del
borrego”.
Concluyendo,
en opinión de quien suscribe esta entrada, que es el déficit el problema, volvamos a nuestra
realidad de las últimas dos semanas no sin antes ir y venir un poco entre
finales de 2015 y la actualidad. Pues “todo tiene que ver con todo”.
En
diciembre de 2015 finalizaría lo que, en misma opinión, ha sido de las peores
administraciones de política económica que se pudieran identificar en la
historia del país. Particularmente desde finales de 2007. No me extenderé sobre
este tema, excepto para decir que la herencia, a la que hoy ya parece tarde
aludir, debió explicitarse con mayor claridad en momento oportuno: diciembre de
2015.
Pasado
eso, de allí en más y de la mano del “gradualismo”, el actual Gobierno intentó
un “plan” ordenado de reducción y reacomodamiento del desastre fiscal adjunto y la
vez reducir la inflación. El plan intentado, nuevamente, en opinión de
quien escribe, no parece diseñado para un país como Argentina habida cuenta de
los antecedentes fiscales, monetarios y cambiarios que colman nuestra historia.
Sin
embargo: esa ha sido la decisión política. Seguramente por razones, valga la redundancia:
políticas. Mejor dicho: político-electorales o de consolidación del poder político,
por parte del oficialismo, teniendo en cuenta que Argentina elige cada dos años
y que si bien una de cada dos elecciones es meramente legislativa, es leída
siempre como un plebiscito a lo actuado por el Poder Ejecutivo hasta esa fecha,
afectando luego las decisiones que pueda tomar.
Sin embargo, en un marco de necesidad electoralista, el gradualismo parece ideal para coordinar las acciones económicas en un escenario
de desorden general, con las acciones políticas para conservar ese electorado.
Pero
¿ordenar este país en el plano fiscal en cinco años? ¿Se analizó debidamente la
factibilidad? Es dudosa su factibilidad, entre otras razones, porque somos tomadores de
variables externas y porque nuestro Talón de Aquiles es el financiamiento. Cualquier “tasa”
que mejore en el mundo, hará más atractivo ese lugar como destino de fondos que
Argentina.
¿Entonces?.
Entonces
el gradualismo siguió su camino, buscando reducir el déficit primario
reduciendo los subsidios económicos en primer lugar a la vez que corrigiendo
las tarifas de servicios públicos (electricidad, gas, transportes) lo que pegó
en los precios y en los costos de producción. Pues el gradualismo también lo sería en el plano
monetario. Es decir: si bien reduciendo las tasas de expansión monetaria, la
cantidad de dinero seguiría creciendo.
Entonces:
aumentos de costos al sector privado, una reforma tributaria “amarreta” en
cuanto a carga tributaria, un empleo público estable (siendo una de las
principales razones del desborde fiscal argentino) que solo dio lugar a "cambios
de figuritas" (salen puestos “K”, entran puestos “M”), un ajuste monetario
insuficiente por razones políticas.
Y
ciertamente, siendo el gradualismo fiscal mucho más lento que el monetario, se colocó
sobre la política monetaria gran parte del esfuerzo anti-inflacionario. El BCRA
a su vez habría buscado guiarse por aplicación de “objetivos de inflación”. Sin
embargo, no se le permitió actuar con plena independencia. El sector político,
seguramente sometido a presiones, obligó a “tres” abortos del proceso
des-inflacionario: tercer trimestre de 2016, segundo trimestre de 2017 y último
trimestre de 2017 (incluyendo el famoso 28D).
En
los tres casos, reduciendo la tasa, en medio de un proceso que siempre requiere
más tiempo que el que los políticos desean esperar. La política monetaria tiene
“lags” de entre 12 y 18 meses para observar sus efectos con cierta plenitud.
Interrumpirla es obligar a reiniciar, extendiendo su proceso de finalización.
Pero además: interrumpirla es afectar seriamente las señales enviadas a los
agentes económicos.
A
esa mezcla de señales se agregó un error puntual, de orden tributario, que
afectó la renta neta esperada respecto de las tasas que referenciaban el
atractivo de los títulos ofrecidos por el BCRA y por ende la fuerza del
mecanismo de absorción de “pesos”.
Y
un punto que hasta aquí he obviado ex – profeso: el aumento de las tasas de
rendimientos de los Bonos del Tesoro de EE.UU. que provocó una dolarización
generalizada de carteras afectando con salidas de fondos de todos los
emergentes, generando en ellos cierta depreciación (devaluación) de sus
monedas. Brasil, Rusia, México, Turquía y hasta el Euro, sintieron el efecto,
entre tantas otras monedas. Sin embargo: fue Argentina el país que más lo
sintió. ¿Por qué? Porque su perfil fiscal, generador de las grandes
restricciones del sector externo, sigue débil.
El
punto es que el Gobierno ha decidido fijar pautas de mejora del déficit fiscal
desde el control del “déficit primario”. Su plan de reducción siempre ha sido
explicitado respecto ese “sub-déficit”. Pero lo cierto es que el déficit fiscal
también se compone de los intereses de deuda. Es decir: los ingresos fiscales
deben cubrir todos los gastos, los de funcionamiento del Estado, los de
seguridad social y también el costo financiero de obtener recursos cuando los
ingresos genuinos no alcanzan. O dicho de otro modo: los gastos son excesivos e
inalcanzables, en normalidad, por los ingresos fiscales. Ratificado esto por la
bestial presión tributaria ya existente.
Y
sin embargo, ha debido financiarse caro en relación a otros países de la región
y los intereses a solventar han adquirido niveles importantes en
relación al presupuesto y los ingresos corrientes.
Entonces:
el país obtiene financiamiento del extranjero, porque el oficialismo “quiere
avanzar gradualmente” en la solución del desmadre de gasto público heredado,
propio del desastre económico del kirchnerismo. Así basa sus metas
fiscales en términos de déficit primario. Y allí es donde falla.
Pues más allá de las reglas de exposición de las cuentas fiscales, las cuales deben respetarse a los fines de toma de decisiones generalizada por los terceros interesados en el devenir del país; si el gradualismo es un “método” de este proceso de ordenamiento, el costo de haber asumido ese “ritmo”, debe ser contemplado dentro de dichas metas. Y la mejor forma de hacerlo es contemplando los intereses que son el costo del dinero tomado en deuda para evitar ajuste más fuerte.
Pues más allá de las reglas de exposición de las cuentas fiscales, las cuales deben respetarse a los fines de toma de decisiones generalizada por los terceros interesados en el devenir del país; si el gradualismo es un “método” de este proceso de ordenamiento, el costo de haber asumido ese “ritmo”, debe ser contemplado dentro de dichas metas. Y la mejor forma de hacerlo es contemplando los intereses que son el costo del dinero tomado en deuda para evitar ajuste más fuerte.
En
consecuencia el déficit que debe monitorearse y respecto del cual deben
definirse metas, es el déficit fiscal total. O sea: el primario más los intereses.
Y se llega a la necesidad del FMI: ¿Cabe
un “Lagarde go home”?
Cambia
el escenario internacional, se corrigen los tipos de cambios de los países,
todo consecuencia de la aspiradora de fondos que resultan ser los Bonos del
Tesoro Norteamericano.
Las
tasas de EEUU suben y lo hacen igualmente los indicadores de “riesgos país”.
Particularmente de los que exhiben mayor debilidad. Especialmente de cara al
financiamiento, con el correlativo impacto, ya mencionado, en el sector
externo. El tipo de cambio entra en el ojo de la tormenta y todos ven como, en
ese escenario, el valor del dólar (principal divisa de referencia para el
sector externo) luce “barato”.
Pero
si luce “barato” entonces, es atractivo para su compra. De manera que todos
comienzan a desarmar sus posiciones en activos financieros en pesos y se pasan
a dólares. En el caso de los tenedores extranjeros, de activos financieros
locales en pesos, sobrecargados por el impacto del impuesto a las ganancias
sobre la renta financiera.
Un
cocktail poco ideal. En el medio, respuestas poco claras: si aumentar la tasa, si “gastar”
reservas, si dejar flotar, etc. Pero algo que es inevitable: se esmerila fuertemente
la imagen y credibilidad del Gobierno y de su equipo económico. Éste, a su vez,
ya afectado por aquel mencionado 28D.
Hasta
que, de repente, el área dedicada a financiamiento "saltó" y dijo: "señores, necesitaremos
financiamiento algo este año y mucho el que viene, además que este
inconveniente ya impactará negativamente en la tasa de crecimiento y en el
logro de las metas desde el lado de la recaudación".
Y continuó: "...salir
a buscar fondos será muy caro y hará inalcanzable cualquier consolidación
fiscal. Amén del eventual riesgo de un nuevo default, por lo potencialmente
insostenible de la carga de intereses y servicios de deuda..."
Y
Mauricio preguntó: ¿y ahora “Toto”?. Y “Toto” contestó: “…y…ahora, no nos queda
otra que golpear la “puerta prohibida”.
¿Prohibida
por qué? Por el imaginario colectivo y su impacto en la imagen del presidente y
su intención de reelección.
Nadie
se negaría a acceder a un financiamiento mejor a la mitad del que costaría
acceder en mercados voluntarios de deuda. Excepto que se trate de Argentina, con su “ombliguismo” histórico y su nacionalismo “de café”.
¿El
FMI exigirá condiciones? Respondo con una pregunta: ¿Por qué no? Está poniendo
a disposición una cantidad de dinero suficiente para despejar las dudas respecto de la capacidad de financiamiento y
sus costos en períodos subsiguientes. Y lo hace a una tasa preferencial.
Algunos,
sin embargo, dicen que partes de las condiciones que podría requerir ya han
sido avanzadas por cuenta propia por parte del actual Gobiernoe y, además, que el FMI hoy es más
consciente de la factibilidad política y social de ciertas exigencias.
Habrá
que ver. Lo cierto que a esta necesidad se llega por responsabilidad propia. Y
quienes además, se muestran en contra por prejuicios de “comportamiento
antisocial” de dicho organismo internacional, deberían pensar lo descomunalmente antisocial que podría
ser una corrida cambiaria por exclusión de fondeo en mercado voluntario; o
porque los intereses de mayor magnitud provocaran una suspensión de actividades del
Estado que tanto “adoran”.
Una
corrida o una reducción sustancial de partidas del gasto público, hecha
desordenadamente y en el apuro de “los tiempos que no dan para más”, son
socialmente mucho más dolorosas que cualquier pauta que pueda imponer este
organismo.
Vuelvo
a decir: habrá que ver. Si tomamos como premisa el gradualismo y sabiendo que
en el peor de los casos, se le exigirá cierta aceleración: financiarme al 3% o
4% es claramente una “ganga” comparado con el entre 10% y 12% de este nuevo
escenario de tasas internacionales y primas de riesgo.
Conclusión:
no, no cabe un Lagarde “go home”. Todo lo contrario: tal vez sea la única forma
de poner en caja el desquicio fiscal argentino de una vez por todas, en
escenario de gradualismo.
Y
antes de finalizar, respecto de lo anterior mencionado, aclaro que yo que
siempre he sido partidario de un shock planificado, allá por diciembre de 2015.
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